Maldad.
Cuando anheles la maldad, dirige tus pasos hacia mí.
"Cuando el dolor y la melancolía me embriagaron,
en la oscuridad de mis propios límites,
descubrí la verdad oculta en la noche,
y danzó conmigo en el vaivén de los destinos."
Hace un tiempo, quizás una eternidad ya, desde que vislumbré por última vez tu semblante. No era una maldad evidente, ni tampoco una cara que uno descartaría sin más en otro día cualquiera, con tal de seguir despedazando lo que quedaba de mí.
Comprendía cómo los demás podían ver en esa cara algo inocente, cálido a veces, incluso hermoso.
Descendía por las escaleras, el estruendo proveniente de los salones me oprimía, mi mente se emborronaba, los sonidos de la tiza arañando los pizarrones, como si fueran almas en pena, me urgían a bajar lo más rápido posible, quizás con la esperanza de no volver jamás. Su silueta se recortaba al inmenso pasillo, donde todo era visible excepto lo que me aguardaba al final, un saludo fue la breve "eternidad" que nos prometimos al encontrarnos por primera vez, un simple saludo que se interponía en mis múltiples luchas internas, era el sudor, las lágrimas, las noches de lluvia, era como una musa prohibida, una inspiración insípida, repugnante.
Unas manos desconocidas acariciaban fronteras que juré no cruzar nunca, y mi corazón no sabía a quién culpar. Si esas manos debían destruirlo todo, con razón lo permitiría.
Corrí por el pasillo, intentando evitar su mirada, me encerré en un pequeño baño, esos pasos que caían como gotas de lluvia en un charco, me impulsaban a arrancarme los cabellos con las manos, a morder mi propia carne, a saborear lo que podría ser mi último aliento.Eres repulsiva, tan repulsiva.
Era una letanía en el cuarto repleto de luces, de voces, era una llama encendida, algo más fuerte que la escasa distancia que siempre nos separaba, a veces me sentaba y anhelaba ser libre, ser feliz, sentir verdaderamente esa calidez que nunca me permití experimentar, su suspiro me recordaba lo insegura que era, sus manos me herían, deseaba escapar más que cualquier cosa, pero las lágrimas que derramaba secaban mi fuego cada vez más, aunque nunca huí.
Si necesitas ser malvada, descárgalo sobre mí, y si tus grotescas manos anhelan seguir acariciando el roce que nadie solicitó, entonces podrías prometerme que nunca escaparíamos ninguna de las dos.
Yacía en el suelo, mi movilidad parecía reducida, mis ojos solo veían destellos de luces blancas que me cegaban por completo, como un ciervo en medio de una autopista, quizás el dolor era mi única compañía en ese momento de estupidez, además de sentir la desesperación más aguda de mi vida. Caí como un peón al comienzo de una partida de ajedrez, revolviendo ese oscuro pesar en mi pecho, que nunca parecía abandonarme. Esos gritos, eran la angustia en su forma más pura, en pausas entrecortadas, gritaba: "Ayuda, por favor."
Si ella me escuchara, me rompería la muñeca en ese mismo instante.
Y cada día llegaba a casa exhausta, a veces solo me tendía a llorar, otras veces solo me quedaba sentada, pensando y pensando, incluso escribiendo lo poco que podía expresar verdaderamente. No podía soportarlo, a veces pensar en ello me generaba una sensación de asquerosidad, pero había algo más oculto en ese hogar aparente, en esas respuestas vacías, en cada golpe que no producía dolor alguno, era como si fuera una muñeca de porcelana.
Era una voz que me perseguía cada día, llenándome de obsesión, como si fuera gasolina encendiendo mi corazón para seguir asistiendo a lo que parecía una ejecución lenta. Y cuando estaba en la cocina, rompía mis frágiles enredaderas, para ver si lo que había dentro también estaba oscuro,
¿Cómo podría un corazón puro pensar después de todo esto?
Era viscoso, era repulsivo, el vómito siempre estaba al acecho en su sombra, caminando moribunda por los pasillos, pensando que cada momento marcaría la diferencia, ¿pero lo haría realmente? Marcar, como si fuera la próxima víctima cada vez que alguien me veía, cada vez que esos ojos que solía mirar me miraban de nuevo, y eran espantosos, donde quería esconderme había más y más de ellos, y donde escapaba, esas miradas espantosas se volvían dulces, y volvía a caer.
Deseaba arrancarme la piel, ese deseo prohibido que ahora mismo me consume mientras veo mi ser, ¿Realmente me pasó todo esto? Viéndolo desde esta perspectiva desesperada, era la llave para una puerta que nunca pude abrir.
Si necesitabas ser cruel conmigo, podrías descargarlo sobre mí.
Eran mis lágrimas las que caían al suelo de cerámica, para luego despedazarse en mil pedazos, obligada a reconstruirme una y otra vez, ¿Qué otra opción tenía? ¿Pedir ayuda?
Y todo volvía con ese beso en la mejilla, que desearía arrancar y quemar vivo.
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