LA INDIGNACIÓN.
Me dí el derecho a sentir una emoción que cualquiera puede experimentar.
La indignación en una persona pacífica. ¿Cómo funciona?
"En tus manos había sal y arena,
O en tus ojos brillaban pétalos de estrellas,
Tu sonrisa siempre era mi compañera,
Pero me enamoré de sentirme completa.
Me cautivó la luna en tus ojos brillando,
El cariño constante que ella siempre estuvo entregando,
Cuando el día eclipsó esa luz encantadora,
Quedaste solo tú, querida, sin magia, sin demora.
Y esa magia que alguna una vez compartíamos,
Se desvaneció con palabras que lanzabas,
Atrapada en la noche, yo esperaba,
Pero una promesa rota dejó mi corazón sin alas.
En tus manos, la sal de la esperanza encontraba,
En tus ojos, perlas que mi amor abrazaba,
Pero la realidad del día, sin piedad,
Apagó el resplandor de esa luna en su verdad.
Así se desvaneció el encanto que pensé tener,
En el eco de tus palabras, sin comprender,
Una historia que una vez creí hallar,
Hoy solo queda un adiós, sin regreso a ese lugar."
Fué un poema escrito por mí, claramente.
En el torbellino de la indignación, me sumergí en el abismo de un rechazo amoroso que parecía completamente injusto, proveniente de la persona que ocupaba un lugar especial en mi corazón. Este poema pretende explorar cómo me enamoré no tanto de la persona en sí, sino de la exquisita sensación de estar enamorado. Este matiz es crucial y merece una atención más profunda.
Te preguntarás, ¿cómo es posible enamorarse de la sensación de estarlo en lugar de la persona en sí? No lo tomes tan literalmente. Claro que me importaba profundamente la persona en cuestión, pero antes de que mis sentimientos fueran reconocidos por ella, me encontraba sola, con mis emociones como único guía, dictándome qué hacer y qué decir. Esos sentimientos se convirtieron en una brújula que orientaba mi viaje por las turbias aguas del amor. Me llevaron a través de los momentos más desconcertantes de mi vida romántica.
Ahora, me enfrento a un inmenso vacío existencial, pero ya no me siento triste por ello; tengo derecho a sentir indignación.
De ahí surge mi urgencia por hablar de este tema. A raíz de esta situación, mantuve una actitud sorprendentemente positiva, en contraposición a lo que la mayoría haría en una situación similar: llorar todos los días por la felicidad y el amor perdidos. De hecho, afronté el rechazo con más calma de lo que lo habría hecho si esa preciosa confesión hubiera sido aceptada.
Mi indignación no se basa en un simple "¿Cómo alguien puede rechazar a alguien como yo?", sino en un profundo "¿Cómo pudiste rechazarme de esa manera?". Esta pregunta ha invadido mi mente con más frecuencia de lo habitual esta semana.
Como mencioné en entradas anteriores, soy una persona pacífica y altruista, pero esto no significa que solo mire la superficie de las cosas. La mayoría de las veces, me sumerjo en la profundidad de las situaciones y las experiencias personales. Como persona pacífica, me resistía a albergar resentimientos o enojo, temiendo comportarme de manera vulgar o parecer una persona amargada, valores inculcados por mi madre que permanecieron en mi mente durante mucho tiempo.
He tardado años en darme cuenta de que tengo derecho a sentir ira, celos, infelicidad o indignación. Solía pensar que las personas eran negativas por sentir estas emociones, y esa generalización afectó muchas de mis relaciones. Sin embargo, ahora comprendo la diferencia entre sentir enojo ocasionalmente y vivir en un estado de ira constante.
Cuando me enfado, me sumerjo en las profundidades de mis emociones, donde no hay lugar para las mentiras y donde las palabras fluyen con sinceridad, sin censura. El enojo es la emoción humana que nos permite expresar una honestidad pura sin restricciones.
Recuerdo un momento en el que estuve particularmente enojada durante una pelea con mi ex novia, el día en que rompimos. Estaba tan furiosa que revelé todos mis sentimientos, como cuando ella prefería salir con sus amigos en lugar de pasar tiempo conmigo o cuando nunca mostraba interés en una intimidad no sexual. Mi expresión de frustración fue cruda pero sincera, y en un abrir y cerrar de ojos, la bloqueé en todas las redes sociales. Me sentí liberada al hacerlo, como un águila volando por las cimas de las montañas. Sin embargo, la tristeza y la melancolía persistieron en mi mente. Me sentía culpable por expresar la verdad de manera tan franca, sin filtro, y por revelar cuán sola me sentía a pesar de su constante presencia. Finalmente, me disculpé con Sofía, pero era demasiado tarde; Ella ya no quería saber nada de mí. Sentí una pena que duró aproximadamente medio mes, pero, al reflexionar más profundamente, comprendí que está bien sentir indignación. Somos humanos, después de todo.
Me llevó varios años llegar a esta simple conclusión. Ahora, la idea rectora es no permitir que las emociones negativas dominen mi vida, sino experimentarlas, aprender de ellas y dejarlas ir. La indignación y el enojo se convirtieron en parte de mi arsenal emocional, pero no permito que definan mi existencia diaria.
Hoy, en la escuela, me encontraba inmensamente enojada, y la profesora de inglés notó mi estado. Era evidente.
Había acordado encontrarme en el recreo con la chica que solía gustarme (la misma de mis entradas anteriores, aunque no mencionaré nombres) para aclarar nuestra relación después de la tumultuosa semana que habíamos vivido. Cuando llegó el momento, mis manos temblaban y mis nervios me impedían mantenerme quieta. Me sorprendió cuando ella simplemente me abrazó y dijo: "Te quiero, pero solo como amiga". Me quedé sin palabras, a punto de responder "Yo también", pero sería una mentira. En cambio, la miré en silencio, sin pronunciar palabra. Fue uno de los silencios más incómodos y breves de mi vida. Al regresar a mi aula, mi ira se desvaneció, aunque persistía en mi mente, la emoción fué reemplazada por una indignación impotente.
No podía ver mi propia expresión en ese momento, pero si me hubieran dado un espejo, me habría asustado mi reflejo.
Más tarde, en casa, mientras me arreglaba el cabello, me quedé mirando fijamente un punto en la pared de mi habitación, desconectada de la realidad. Surgió la pregunta: "¿Por qué estuve tan enojada hoy?" La respuesta que surgió de inmediato fue: Esta chica. Al principio, me cuestioné si había hecho algo mal yo misma, pero luego comprendí que no era así. Esta chica había actuado de manera totalmente contraria a lo que se espera cuando alguien se declara. Lo peor es que ni siquiera me declaré voluntariamente; Me preguntó directamente, sin previo aviso, y me vi obligada a revelar toda la verdad sin estar preparada.
Fue como una escena de dibujos animados en la que un diablo y un ángel aparecen metafóricamente en tus hombros para aconsejarte sobre una decisión. Me encontré en una situación similar, debatiendo si estaba justificada mi indignación o si debía dejar pasar todo lo cuestionable que esta chica había hecho. Llegué a un punto de quiebre y decidí sentir indignación en lugar de permitir que el rencor invadiera nuestra relación. Mi imagen de esta chica cambió drásticamente, pasando de ser alguien que amaba a ser una persona por la que sentía una opinión neutral.
Permitirme sentir indignación me llevó a una profunda reflexión. Aprendí que está bien sentirse así y está bien no estar satisfecha con las acciones de los demás. Cuando alguien pierde el respeto por ti, es mejor cortar esa relación de raíz y seguir adelante con una vida saludable. Me sentí liberada al abrazar la indignación, como si una parte nueva y honesta de mí misma hubiera entrado en mi mente.
Durante mucho tiempo, me sentí perdida en medio del enojo y creía que no estaba bien sentir rencor hacia los demás. Pero, ¿Qué nos hace humanos si perdonamos todo lo que nos hacen? Somos seres capaces de experimentar emociones complejas, y eso incluye la indignación.
La indignación se convirtió en una emoción nueva para mí, y quería explorarla, especialmente hoy. La indignación y el enojo se volvieron cercanos y relacionados, ya que cuando estaba enojada, también me sentía indignada, y cuando estaba indignada, me sentía enojada. Son similares pero no idénticos.
Por temor a que nuestra relación se volviera incómoda si expresaba mi rencor por las acciones de esta chica, pasé por alto todas las cosas terribles que hizo. Pero hoy, dije "Ya no más, ya no quiero más de esto, ni tampoco tender los momentos y dejar que el viento los seque, y no el sol."
Tenemos derecho a sentirnos así, a abrir nuestras puertas a la honestidad y a ser compasivos con nosotros mismos cuando nadie más lo es.
Aunque el enojo no sea pacífico, la liberación que se siente después de expresar la verdad es indescriptible.
(Siento que esta es la entrada más larga que escribí, pero por otro lado, me siento muy aliviada por haber dicho todo esto.)
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