DETENER EL TIEMPO.
"Desearía que esto nunca se termine."
"En el momento de hablar, mi voz se detiene,
Sus ojos capturan mi atención cómo un lienzo que viene.
En su mirada, veo una pasión encendida,
Palabras en segundo plano, cómo una vida compartida.
Desearía quedarme en silencio y admirar,
La pasión que en sus ojos parece vibrar.
Desearía detener el tiempo y observar,
Lo que en tu alma parece brillar."
Escribí este poema teniendo en mente la contemplación de la deslumbrante belleza que la dama de mis anhelos proyecta cuando habla de sus pasiones. Y en ese instante, mi corazón susurra un profundo deseo, uno que tiñe mis pensamientos con un matiz de eternidad: "Desearía que esto nunca se terminara".
El proceso de maduración nos lleva a apreciar los pequeños tesoros de la vida sin prever su fin inevitable. Aun así, no podemos escapar de la melancolía que embarga nuestros corazones cuando esos momentos de esplendor se despiden de nosotros, ¿Verdad?
El apego, un sentimiento que nos acompaña como una sombra fiel, se manifiesta de formas tan diversas entre los seres humanos. Algunos lo llevan pegado a su lado, inquebrantable, mientras que otros, por más que lo intentemos, se nos escapan como arena entre los dedos. Raras veces nos cruzamos con esas almas excepcionales que saben balancear con maestría su apego.
Es un sentimiento profundamente personal, ese deseo de perpetuar lo que amamos, tan íntimo como las fibras de nuestro propio ser. Como cuando te encuentras en una playa con tu familia, observando el crepúsculo, aunque el frío se adueñe de tu piel, tu mente suspira: "Desearía que esto nunca se termine". Una frase tan hermosa que abre la puerta a los rincones más profundos de nuestro corazón, donde, en un rincón poético de nuestra mente, el corazón halla su morada.
Los momentos en los que las personas susurran "espero que esto dure para siempre" reflejan un anhelo ardiente por preservar lo que atesora el alma. Son momentos tan excepcionales y trascendentales que su eco persiste en la memoria.
Es natural aferrarse a lo que nos colma de felicidad y valor, mas recordemos que la vida se compone de cambios incesantes, y la impermanencia es su esencia misma. Nada es eterno, ni relaciones, ni estados de ánimo, ni circunstancias. La vida es un ciclo de altibajos y transiciones.
Inevitablemente, la tristeza se cierne cuando esos momentos que deseábamos atesorar llegan a su fin, y nos queda solo el eco de las emociones pasadas.
La clave reside en encontrar el equilibrio entre el deleite del presente y la conciencia de su fugacidad. Los momentos efímeros poseen su propia belleza y sabiduría, forjando nuestro ser de maneras únicas. En lugar de aferrarnos desesperadamente al anhelo de eternidad, aprendemos a apreciar la efervescencia del presente y abrazamos el cambio con valentía.
Como cuando tus labios dulcemente rozaron mis manos llenas de cicatrices, y luego te desvaneciste de mi vista. Mi corazón latía con temor, preguntándose cómo fuiste capaz de haber podido hacerlo. Esas heridas que hacen sentir mis manos completamente humilladas ante tí. Esa mínima fracción de segundo, que me hizo volver al salón de clases completamente roja, con una sonrisa de oreja a oreja. Anhelaría revivir ese instante día tras día, sin descanso, llamándolo "efímero" solo porque brilló como una estrella fugaz, solo para desvanecerse en la oscuridad. Anhelaría que fuese eterno, que cada día me regalaras ese gesto.
Pero no fue así, y después de confesarte la verdad, temí que nunca me besaras de nuevo.
¿No es así?
Y así, ese fugaz recuerdo completó su ciclo, desvaneciéndose en la penumbra de mi felicidad, dejándome sumida en la melancolía. Si tan solo pudiera detener el tiempo, observarte sin que supieras que lo hago, quizás sería la criatura más dichosa del universo.
Pero al entender que no soy una superhéroe capaz de congelar el tiempo, y que la única manera de revivirlo era solamente con la imaginación de mi subconsciente, comencé resguardar ese recuerdo en lo más profundo de mi corazón, recordando la naturaleza efímera de la vida, y dándole un abrazo a ese momento tan fugaz, que en mi mente será duradero cuando yo quiera.
En lo que quede de mi cerebro, esa llama en mi estrella jamás se apagará.
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