Ce soir.
Ce soir, nous parlerons de ce qui nous tient à cœur.
"El secreto arte del dolor."
En la penumbra de la noche, tus besos son suspiros,
acariciando mi ser, como pétalos que se deslizan.
La brisa de tus palabras, suave como la primavera,
se instala en mi alma, creando un lazo que perdura.
Cierro los ojos, atesoro el instante en mi mente,
una flor de desesperación, en el jardín del presente.
Hablamos en susurros, revelando los pesares,
navegando la incertidumbre en la mirada que compartes.
¿Perdurará esta sensación, este eco eterno?
¿O se desvanecerá como la huella de tu piel en invierno?
Pensamientos danzan en mi mente, entre la calidez de sus brazos y la oscuridad que anticipa el mañana. Los pequeños destellos de sentimientos, como luciérnagas en la penumbra, me conectaban con mi esencia, aunque muchos de ellos pasaron desapercibidos cuando la indecisión se cruzó en mi camino.
Recuerdo sus abrazos matutinos, su sonrisa radiante como mil soles. ¿Eran todos esos abrazos realmente para mí? Mi corazón ardía con una belleza prohibida, consciente de la incorrección de dejarme llevar por esa emoción, un fuego que igualaba al suyo. Me pregunté, racionalicé, temiendo adentrarme en un territorio desconocido. ¿Quién pensaría que el sol podría transformarse en un frío invierno?
La pregunta persiste: ¿Por qué me abrazó en primer lugar? ¿Fue un gesto sincero o una manifestación de su propia indecisión?
En el rompecabezas de nuestras interacciones, las piezas no encajan del todo. El misterio se cierne sobre el motivo detrás de esos abrazos que, en un principio, parecían un refugio cálido pero que ahora se sienten como un enigma por resolver en el frío de la incertidumbre.
Ser directa siempre fue mi brújula, guiándome a través de los vaivenes de la vida. Aunque disfrutaba juntar los pedazos de pequeños rompecabezas, había momentos en los que la diversión se desvanecía y me encontraba perdida en un mar de confusión, incapaz de entender las complejidades de lo que sentía.
Esas palabras, como marcas de un hierro caliente, aún resuenan en mi ser. Cada respiración se convierte en una pequeña aguja, tejiendo su intrincado patrón sobre mi piel. Es como si fuera un animal, marcado y definido por el calor y la intensidad de esas expresiones. La acupuntura de las palabras, una danza entre dolor y arte, esculpiendo mi experiencia con una crudeza que me hace cuestionar cada pulsación de mi corazón.
¿Será este el sentimiento de la desesperación?
Juré nunca experimentarlo, y también prometí guardar mi vida privada solo para mí. Sin embargo, en esta noche de tormenta, me siento completamente vulnerable, lo suficiente como para plasmar estas palabras. Si encuentras que mis expresiones son confusas, permíteme formular una pregunta que quizás te deje reflexionando;
¿Alguna vez te han herido? ¿De una manera tan profunda que parece insuperable? Aunque esa persona intente reconstruir la confianza, ¿sientes que nunca podrás recuperar el sentimiento que compartían en el pasado?
Estas palabras son mi historia, mi experiencia desgarradora. Promesas rotas, cicatrices que perduran en la oscuridad de la tormenta. Aunque intenten reparar lo irreparable, hay heridas que resisten cualquier intento de curación.
Así me encuentro, explorando las profundidades de esta desesperación, tratando de comprender si alguna vez podré encontrar esa misma luz que una vez iluminó mi alma.
En estas líneas, desnudo mi corazón, dejando que la tormenta lleve consigo la carga de mis palabras.
Recuerdo tan vívidamente esa noche de Septiembre, o quizás fue en Agosto. Eran días que se deslizaban como saltamontes en la oscuridad, emitiendo pequeños sonidos antes de desaparecer entre las sombras del futuro. Dejaban tras de sí recuerdos que se enredaban en lo más profundo de mi ser. Fue en ese día en que compartiste todo, absolutamente todo.
Me vi a mí a través de tus ojos, como si estuviera mirando directamente a los reflejos de mi esencia. Lo que describías sonaba tan diferente a lo que yo creía sobre mí misma. Era como intentar ver algo que no estaba justo enfrente, algo que requería un cambio en la perspectiva, un ajuste en la forma en que me percibía.
En tus palabras, descubrí capas de mi ser que permanecían ocultas, como secretos que solo tú podías revelar. Cada detalle que compartiste resonaba en la quietud de esa noche, dejando huellas imborrables en mi conciencia. Era un acto de desnudar el alma, de enfrentar la verdad que a menudo evitamos. Ahora, cuando recuerdo esa noche, puedo sentir el eco de tus palabras, como un susurro persistente en el silencio del tiempo.
Cada vez que esas palabras intentan rebobinarse en mi cabeza, solo me recuerdan lo ingenua que fui. Sí, fui un poco tonta por caer en tus brazos, pero también fui feliz al hacerlo.
Esta noche, mírame desde la orilla. Donde esconderé mi pecho blanco, y suavemente volveré hacia ti. En las aguas de la retrospectiva, navego entre las olas de aquellas memorias. Aunque pueda considerarme tonta por momentos, también sé que cada elección, cada abrazo, dejó una marca única en la historia de mi vida.
Quizás la felicidad se esconde en esos momentos de ingenuidad, en los latidos apresurados del corazón que ignoran temporalmente las lecciones del pasado. Así que, esta noche, mientras el viento acaricia la orilla, me entrego a la danza de las olas, donde la nostalgia se encuentra con la esperanza de un nuevo amanecer.
Quisiera agradecer a esos lazos dorados que me mantuvieron contigo, tejidos con hilos de aprendizaje y descubrimiento sobre ti. Siento que esta es la única forma en la que nosotras dos podemos comunicarnos: a través de la gracia, a través de la dicha.
Cuando agarro una flor y veo su cara sonriente, la dejo caer al suelo y continúo caminando hacia adelante, ignorando lo que acaba de pasar. Y sé que eso es lo que fui para ti.
Aceptar tus disculpas podría traerte paz mental, pero mi corazón aún se niega a hacerlo. Me impide aceptarlo hasta que beses mis dedos y desates mi pelo. En el agua fresca, deseo quedarme dormida por toda la eternidad. Es en ese abrazo del silencio que quizás encuentre la calma, donde el peso de lo que fue y lo que podría ser se disuelva en la serenidad de las aguas. Pero hasta entonces, sigo caminando, sigo buscando, llevando conmigo los lazos dorados que nos unieron y las lecciones que aprendí.
Quiero que sepas que jamás te perdonaré por no aceptar quién era, por etiquetar de mil maneras lo que yo transmitía como si fuera 'raro'. Aquella noche, mientras mis lágrimas caían sin cesar, abriste los ojos. No estoy buscando decirte perdón, y no quisiera compartirte con otra persona de nuevo.
Quiero que tomes conciencia del daño que me has infligido y que pidas disculpas por cada una de las cosas que hiciste, que, al fin y al cabo, me llevaron a ser quien soy ahora. Una persona pensante, genuina.
En esta noche, no solo quiero hablar sobre lo que pesa en mi corazón, sino también sobre las cosas importantes. Deseo ser esa persona que te abrace y te haga sentir como un ser magnífico. ¿Realmente lo sentiste así?
La indecisión nos lleva por rutas tan arriesgadas en el tren que es la vida, llegando a destinos aún más asombrosos que el otro. Quizás divagué demasiado por mis emociones y escribí lo que sentía, y ahora, mi mente está en blanco.
Justamente en blanco, como un vestido de bodas.
O blanco, como la corona de la viuda.
Está tan en blanco como la hoja en la que estoy escribiendo, o tan blancas como tus bellas manos, las cuales agarraron las mías y las besaron en una noche de invierno.
En ese momento, el blanco se llenó de historias, de promesas susurradas en el frío del aire. Cada beso fue una pincelada en el lienzo de nuestra conexión, y cada palabra compartida fue un trazo que se quedó impreso en el blanco de nuestras memorias.
Ahora, mientras contemplo esta hoja en blanco, veo no solo la ausencia de palabras, sino la presencia de un lienzo esperando ser llenado con las sombras y luces de nuestras experiencias compartidas.
Extraño tus besos.
No por el hecho de lo que sucedió en el pasado.
Sino porque me sentía tan segura al recibirlos.
Que quizás de tus brazos, jamás querría ir.
Cada beso era un refugio, una pausa en el tiempo donde el mundo exterior se desvanecía. La seguridad que emanaba de tus labios creaba un espacio donde las dudas se desvanecían y solo existía el calor reconfortante de tu presencia.
En esos momentos, me sumergía en la certeza de que, entre tus brazos, encontraba un hogar que no podía comparar con ningún otro.
La nostalgia de esos besos no reside en el pasado, sino en la seguridad que me brindaban. A veces, desearía que el tiempo se detuviera en esos instantes, donde todo estaba en calma y yo me sentía protegida en el abrazo de tu amor.
Estas palabras bailan en la frontera de mi boca, como mariposas frágiles y temblorosas. La sinceridad a veces se siente como un riesgo, como abrir una puerta hacia lo desconocido. ¿Qué pasaría si expresara esta verdad, este eco persistente en mi pecho?
La incertidumbre tiñe estas líneas, y el miedo a la reacción ajena se cierne como una sombra. Pero, incluso entre las sombras, la verdad merece su espacio.
El arte de la desesperación es algo que jamás escribí sobre, siempre me sentía con una pizca de amargura al tratar de hacerlo. Pero ahora, me encuentro mucho más tranquila, quizás porque dije la verdad, quizás es lo que mi mente estaba pensando.
O quizás, simplemente, porque sé que vas a leer esto con una cara extraña, y luego vas a mandarme un mensaje.
Házlo.
Estas palabras son un eco de mi sinceridad, un puente que se extiende hacia ti. Atravesar la barrera de lo no dicho ha traído una sensación de calma, como si el peso de lo no expresado se hubiera disuelto en la verdad compartida. Estoy lista para enfrentar cualquier reacción, lista para el diálogo que este acto pueda desencadenar.
Así que, por favor, házlo.
Nota de autora: WOW! Me gustó mucho lo que escribí. ¡Lo siento muy personal!
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